Cuando era niño me contaba mi abuelo sobre un hermoso tigre de pelaje plateado que protegía la selva del caudaloso río, conteniéndolo para que no desbordara su cauce destruyendo con su corriente todas las casa de nuestro pequeño pueblo. Pero el río anhelaba el pelaje plateado del tigre, así que cada tanto, se escabullía entre la noche para convencerle de nadar en sus aguas e inundaba poco a poco el pueblo. El tigre despertaba furioso y lo ahuyentaba de vuelta a su cauce.
Contaba mi abuelo que un día el río empezó a secarse. Sumergido en una tristeza profunda, dejó de dar suficiente agua a la gente del pueblo. El tigre, conmovido por la tristeza de la gente, decidió al fin sumergirse en el río para descubrir la causa de su ausencia. Y entonces comenzó una danza de luz y sombra que se desplegaba a lo largo del río.
El tigre por fin comprendió que la fuerza del río no era solamente una amenaza para el pueblo sino su vitalidad misma y dejó de ver en él solo oscuridad para empezar a ver también su luz. Cuando por fin el tigre salió del río noto que el color de su pelaje se había fusionado con las aguas del río durante su danza.
Desde ese día, el río brilla de un hermoso color plata para quien lo sabe mirar.